miércoles, 27 de diciembre de 2017

Guerra de Chapas

Autor: Andrés González

No debo hacer comparaciones, pero los veo sentados, inmóviles disparando y persiguiendo al enemigo escurridizo y agazapado en multitud de escenarios en la multicolor pantalla, llena de destellos naranjas y sonidos de fogonazos cada vez que se disparan. explosiones, derrumbes, y borboteantes hemorragias mortales .....
NO, no comparo, solo recuerdo, para mí y para los que disfrutaron conmigo una "Guerra de Chapas" escaramuzas bélicas que se intercalaban en el menú de juegos, que nos brindó el Caraballo de los sesentas…. Aparecían por épocas desplazando a la fiebre de los patines en el parque que sin llegar a ser guerra era, tiempo de fracturas, yesos blancos y rasponazos o reemplazando el tumulto circular, la algarabía de los jugadores en los portales con apuestas y bancas y broncas de postalitas del Zorro....
Como toda guerra la etapa inicial era pertrecharse…. nada como fabricarte tú mismo la escopeta; buscar un palo de escoba de unos tres pies, o un listón de madera, cuatro clavos sacados de las cercas o de unas tablas viejas, una visita obligada a Armando; en la ponchera de Andango pues cortaba y vendía, las mejores ligas rojas sacadas de cámaras de bicicleta, por un precio asequible y que sostenía por pares sentado y fumando plácidamente sobre una goma de camión. Ah!, los proyectiles!, las chapas de botella se buscaban en los bares o te las daba Pepo el dependiente del cesto de la basura, o pedias entrar detrás del mostrador y acostado en el piso, metiendo el brazo hasta el hombro debajo de los refrigeradores, entre el aserrín de madera, las colillas, los mochos de tabaco y alguna que otra peseta que no venía mal, sacabas las plateadas tapas metálicas.
Nada como el zumbido de una chapa rozándote el tronco de la oreja mientras huyes a refugiarte del fuego enemigo y que tus amigos te cubran lanzando granadas de ceniza de los troncos quemados en los patios para las herviduras de las lavanderas, en cartuchos de bodegas y que al romperse frente a la línea de fuego rival, producen una espesa nube gris.....que batallas!......contra...... incomparable.


sábado, 7 de octubre de 2017

Mayin, Maestro de Maestros

Autor: Andrés González

El saber hace la calma, nada más inquietante que la incertidumbre que nos llena de dudas y mortificaciones. Con eso de la sabiduría y tomar las cosas sin perder la compostura, he coincidido por mucho, con individuos que ostentan estas dos cualidades, pero con uno de los primeros fue con el caraballense Mario Rodríguez "Mayin Capote".
Me lo encontré para mi alegría en abril pasado en la cola del gas propano en una fila india que avanzaba coreográficamente como la onda que se mueve de las antenitas hacia el final de su anatomía por las paticas de los "cien pies" cuando caminan. Tuvo tiempo entre impulso e impulso de hacerse esa foto que les muestro e intercambiar saludos, después lo vi desentenderse un poco de mí y prestar atención al movimiento de la cola y al igual que el de "alante", agarro al unísono un tanque en cada mano y los movió elípticamente depositándolos suavemente en la aspereza de la acera del parque, con el sonido metálico característico y dar dos pasos más cerca del camión que demoraría 12 meses en volver....
Mayin, maestro de maestros, que con tiza y pizarrón negro paso a paso de arriba abajo despejaba incógnitas, desarrollaba ecuaciones y con aplomo y seguridad, llegaba al resultado. Bueno en Química, Física también y en Biología supe mientras me alejaba del grupo que sabía Mayin la formula química del gas que compraba y hasta cuantas atmosferas de presión tendrían los tanques, o todo sobre la polinización y anatomía de la flor del árbol de majagua que nos sombreaba.......
Pero de él lo más que recuerdo es de su ecuanimidad, desde los tiempos cuando sentado en un sillón de su sala familiar levantaba la cabeza del libro que leía y con mirada indulgente me veía pasar hasta el fondo, como un bólido, en mi bicicleta a entregarle el periódico 'La tarde' en el comedor a su subscrito padre según la lista de Marieta por allá por la calle de la Valla, quien, cuchara de sopa en mano (el viejo Capote) recibía inmediata, información de sobremesa aunque, al precio, de marcar yo con las gomas enfangadas el brilloso piso de cemento de María........

Jaruco 11 y 20 de la noche la ruta 257 a Aguacate ronronea con los últimos pasajeros subiéndose a ella, la próxima, "la confronta".. estará allí a las 2 de la madrugada, Mayin cruza en diagonal la calle frente a las luces del ómnibus que lo alumbran, camisa a cuadros de mangas cortas, abotonada hasta el último ojal del cuello, pantalones de gabardina negros con filo, bajos, y pliegues; zapatos de cordones acharolados, brillosos, maletín de cuero atestado y un paso lento, sin prisa. Sube, a la acera, se acerca a la puerta lentamente, que se cierra justamente en frente a su cara, sin inmutarse balbucea... "Se fue".... la contempla enfilar hacia el crucero de la línea, humeante, y empercudida, luego sube al portal de la bodega de Felipe se recuesta a la baranda y con la mayor tranquilidad del mundo con paciencia de sabio en portal chino le echa un vistazo a la esfera de su reloj pulsera.., ....te queremos profe.

miércoles, 7 de junio de 2017

Todo el que emigra muere un poco para los que se quedan

Autor: Andrés González

De muchacho yo, viendo en el viejo cine de Caraballo una película española le oí decir una frase a uno de los personajes "todo el que emigra muere un poco para los que se quedan"..... no sé porque me caló tanto oír aquello sentado en la incómoda butaca de madera…moviendo los pies para evitar los mosquitos, mientras Guillermo oscilaba cadenciosa y manualmente un enorme ventilador de pie tratando de mitigar el húmedo y pegajoso calor de la noche.....
Por aquellos tiempos muchos no concebíamos que era no estar... y mucho menos que al regresar un día, ya no seriamos los mismos; que algo había cambiado, que eras un poco alguien "no de allí", un extranjero.........
Donde estuvo la cervecera me encontré un kiosko y despachando allí a la hija de Mayra Sosa, sus bisabuelos maternos vinieron a Caraballo desde el Líbano, la emigración desde esa zona del Medio Oriente era notoria en el pueblo y se diferenciaban principalmente por el acento, y el gentilicio Moro o Mora según el sexo, eras pues Elias o Rene el moro o morito o Sara o Fefa la mora o morita. Antes de la cervecera, digo en el lugar y atrás en tiempo de paredes de piedra, puertas con postigos, techos y portal corrido de tejas hay tres casas adyacentes, en la del medio Graciela se mese en su sillón, ya anciana, aun maquillada, con estola alrededor de los hombros, aretes y collar de perlas rodeada de gatos barcinos y de angora que toman leche de un plato de aluminio en el piso y saltan sobre su regazo para ser acariciados con el lomo encorvado y sus rabos apuntando al techo, tiene una baranda divisoria con una puertecita chirriante entre la sala y el pasillo oscuro que pasa por su cuarto y va a la cocina donde ladra insistentemente un perro y que nadie puede franquear, en la sala da clases de inglés y se reúnen los jóvenes del pueblo a escucharla contar de su nativo Nueva York.....
Angelito el chino era de tramos cortos, del mostrador de la ferretería de Mario en la calle de la Valla a su casa cruzando la calle Real, frente al taller de Millo y viceversa, si se dio un viaje largo a China y se trajo una esposa que se vio pocas veces con él, pues no salía de la casa; estimo que írsele al Comunismo una vez y que te vuelva a tocar al otro lado del globo terráqueo fue algo desafortunado en su vida de inmigrante pero no le quito la sonrisa y el segundo rebote lo llevo a California con sus dos hijas chinitas….
Caminando por la acera del parque rumbo a la cola del gas llegué al grupo y saludé efusivamente entre abrazos y fotos me percaté que era cierto, no te miran igual, es inevitable, formas parte de los moros, los chinos, los americanos y un poco de los difuntos que regresan de vez en cuando.

jueves, 20 de abril de 2017

Bolita, el huevo y el guayabito.

Autor: Andrés González

Diminutos, furtivos e indeseados los guayabitos no eran queridos ni vivos ni muertos en Caraballo. Aún recuerdo en las noches la luz amarillenta de los focos colgantes proyectando sus sombras aumentadas en las tablas del techo de lechada blanca, veteado de goteras, veloces pasar trasladándose por las soleras, y el cruel suplicio olfativo en su desaparición física por envenenamiento y los desesperados intentos fallidos para encontrar sus restos en los huecos del piso y las rendijas de las paredes....
Bolita Carmona bajito endeble y menudo y con sus pequeños blancos y descalzos pies, a pasitos lentos, evita las piedras y los charcos de la calle, con un huevo de gallina entre sus manos, vio, mientras caminaba a la Bodega de Eulogio llegar los camiones cargando con el parque de diversiones ambulante y que se detuvieron al lado de la iglesia. Bola se recostó, al mostrador y con voz desfalleciente y temblorosa le propuso al bodeguero la misma estratégica transacción que solía repetir a menudo, y que funcionaba de la siguiente manera:
1) Bola propone el huevo que trae por 3 centavos a Eulogio que aspira a venderlo a 5....
2) Bola compra con el dinero de la venta 3 centavos de café y azúcar prieta a Eulogio…
3) Bola antes de irse le pide humildemente a Eulogio si puede regalarle un huevito para el almuerzo de su mama con la que vive…
Un día después del arribo de la caravana, todos los aparatos del parque de diversiones estaban armados, la estrella giratoria, alta e iluminada frente a la puerta de la iglesia, su punto más elevado al nivel de las campanas de bronce del campanario, las temibles sillas voladoras, en la esquina que da a casa del Brujito, casi que en la máxima extensión giratoria de sus cadenas parecen permitirte en su vertiginoso mareo casi tocar las tejas del portal de la escuela con la punta de los pies y revolotear sobre las cabezas en círculo de los de abajo, incluyendo la marmórea cabellera del apóstol en su busto….. el carrusel de los caballos de madera, rígidos, con riendas, estribos y numerados; los avioncitos de estáticas hélices de metal y frente a la casa de José Botellita unos botes ondulantes y propulsados por los tirones de los ocupantes a dos sogas gordas de la que uno mismo debía, guindarse, para conseguir columpiarse; el kiosko mágico del algodón pegajoso y dulce de azucar blanca encapullado con arte alrededor de los palitos de caña brava…. todo listo...
Bola se atrevió a acercarse a los aparatos después de hacerle la misma venta y petitorio del huevito al Doctor Ibarrola al que sorprendió en la acera de su casa tomando el sol, compró media libra de pan en la bodega de Tabito y comenzó a merodear con el huevo de gallina en la mano y el pan debajo de la axila entre los empleados del parque; uno de ellos el que atendía la caseta de tiro al blanco lo llamó y después de una breve conversación se vio a Bolita regresar a su casa con una jaula metálica para cazar ratones. Entró puso el pan como de costumbre dentro una caja de zapatos en la cocina y a su lado la jaula que ya venía preparada.
Esa prima noche entre la música de las bocinas, los ronroneos de los motores de gasolina, los impactos de las pelotas de trapo fofas en la lona lanzadas por nuestro mejor pitcher Sergio el Americano, tratando de tumbar, sin éxito, dos grupos de bolos en pirámide y así ganar una botella de vino, Bolita apareció vestido con camisita blanca y un sombrerito de ala recortada, calzado con zapatos escolares negros, aunque él ya era mayor de 40, buscó a Ernesto, entre el tintineo de los paticos metálicos descascarados y abatidos por los perlasos en la caseta del tiro al blanco y le entregó la jaula con un guayabito dentro.
El caballitero se llevó a Bolita al carrusel lo sentó en un caballito y lo dejó dando vueltas y feliz con sus pies en los estribos, sonriente y las riendas bien sujetas...... después, Ernesto el caballitero le entregó la jaula a otro empleado en una carpa de techo cuadrado, próxima a las sillas voladoras, que en su centro tenía una mesa redonda con un circulo de gaveteros numerados y un pequeño orificio debajo de cada número, que corrían del 1 al 35, del techo colgando de un cordel de pita que rodaba por una roldana de metal una caja transparente y fondo deslizante, con una puerta lateral por donde se reintroducía al minúsculo roedor, entrado en la última gaveta ganadora (así era el proceso). Un estante de tablones escalonados de premios expuestos, portaretratos, tasas, vasos, adornos, de mesas de centro, calderitos de hierro fundido y, botellas de licor, hacia uno de los lados; y los otros tres lados con mostrador y números para apostar las fichas que se compraban a peseta........
Al rato a Ernesto el caballitero lo sorprendió la algarabía y también que todo el público del parque estaba dirigiéndose y concentrándose alrededor de la tienda de la ruleta del guayabito, solo Bolita estaba aún en el carrusel, curioso se acercó y se abrió paso ante el tumulto de apostadores, lo primero que vio fue al contrariado empleado sacando y rellenando los estantes con premios de unos cajones casi vacíos, luego miró y vio que todas las fichas de las apuestas estaban apiladas en el mostrador sobre el número 5, resignado el empleado soltó la pita, bajo la caja, deslizó el fondo movible y liberó nuevamente, al guayabito que quedó rodando sobre la mesa, pareció orientarse y bajo una lluvia de vítores y entusiastas expresiones de júbilo, recto y sin dudar se coló por el agujero numero 5....
Ernesto o perdió el trabajo o no quiso seguir la vida nómada de la Caravana y se quedó a vivir en Caraballo, en un tráiler azul, detrás de la panadería de Nito Abreu, lo recuerdo como un franco tirador, descamisado, apuntando y, disparando a matar con puntería infalible a todos los ratones de los alrededores, con sus escopeta de perles........

Bolita siguió en sus pasos descalzos, vendiendo y pidiendo de vuelta y por caridad su huevito, usando zapatos esporádicamente, solo en grandes ocasiones.... y guardando el pan de cada día, en la caja en que se los habían regalado las monjitas canadienses, que por cierto, tenía visible en su pared exterior un huequito circular, muy cerca de un numero.... 5…

martes, 21 de marzo de 2017

Panolla el Heladero vs el Niño de Bainoa

Autor: Andrés González

Panolla el de Fermín lucía un boxeador peso "pesado" en proporciones físicas, dígase en libras y estatura (hasta en carácter le agregaría yo) un diamante del cuadrilátero solo que sin pulir, así lo visualizó El negro Julián, un promotor del INDER que se apareció un día en el Caraballo de los sesentas y que estoicamente estableció morada temporal en la celda de la Casa de las Milicias para poder expandir la recreación y el deporte entre los jóvenes de nuestro pueblo.
En su cacería de talentos Julián descubrió a Panolla aferrado con sus dos manasas a los manubrios de su triciclo, bufando y hundiendo alternativamente los pedales con sus tenis blancos de cordones (size13), su camisa de cuadros y sus pantalones deshilachados, cortados a tijera a medianía de canilla, sudoroso por la calle Real, bajo el sol del mediodía, sonando de cuando en cuando una campanilla dorada que reposaba sobre la tapa metálica de su nevera rodante repleta de hielo seco y paleticas de helado….
Lo vio pasar por las cuatro esquinas rumbo al parque y hasta allí lo siguió. No le fue difícil convencerlo pues la popularidad y la fama son pocas veces rechazadas por los mortales y así pintolé Julián a Panolla entre campanazo y campanazo la carrera boxística que lo llevaría desde los niveles municipales hasta las Olimpiadas.
Entrenó secretamente bajo la supervisión de Julián que sacó de unas cajas que apilaba en el calabozo de donde afloraban entre otros enseres deportivos, mangos de sables de esgrimas, pelotas, redes y paletas de pin pon y hasta tableros de ajedrez; unos guantes de boxeo, una pera inflada y un saco de arena que colgó de una viga del techo en el otro cuarto contiguo.
Empezamos a ver a un Panolla diferente, en el parque se apartaba del grupo del banco por cortos periodos de tiempo y comenzaba a tirar ganchos y a esquivar golpes para reincorporarse a la conversación con un aire orgullosamente deportivo. Un mes más tarde el INDER anunció una cartelera de boxeo, y de repente esto lo convirtió de heladero a pugilista, ahora en vez de rivalizar con Luis Lago en las ventas de vasitos de mantecado en las tardes, haría la estelar y última pelea de la noche con El niño de Bainoa.
El ring lo construyeron en el patio de cemento de la escuela de las monjas, elevado de tablones de madera con postes almohadillados unidos por tres sogas de yute tensas, una tendedera eléctrica con un foco gigante de mil watts que colgaba en el centro del cuadrilátero, y el público (nosotros) de pie.
Como camerino para los boxeadores fue habilitado el pasillo de entrada de la escuela, allí Panolla vio salir a los pesos plumas al combate, escuchó los campanazos, la algarabía, los golpes secos y sordos de los guantes, trató de disiparse contemplando los animales disecados de la vitrina, no le gustó ver lo diferente que lucían las caras de los que regresaban, se volvió a concentrar en el pez guanábana lleno de espinas que lo miraba indiferente, regresaron los pesos medianos uno de ellos con un tapón de algodón ensangrentado colgándole de un hueco de la nariz.
Llegó su turno, al salir miró de reojo a la jutía que parecía decirle adiós desde su rama seca, caminó hasta la escalera del cuadrilátero con la toalla por encima de los hombros caídos y subió los escalones con el ánimo de un condenado a la horca; sentado en su esquina y sin oír las instrucciones que Julián le daba alcanzo a ver al niño de Bainoa, negro y brilloso en sus 7 pies de altura, chocando sus guantes de frente como dos locomotoras. Julián lo animo diciéndole "Guapea que a ese lo nokeo Milian el PINAREÑO" "Que Milian el que peleó con ESTIVENSON?". Preguntó Panolla ....Pienso que al oír la campana Panolla hubiese preferido mejor venderle un helado al Niño de Bainoa…..Un derechazo en el esternón lo hizo dar media vuelta sin que el réferi se lo indicara y sentarse en su esquina diciendo que no con la cabeza; Nicasito que era para su suerte el médico deportivo designado, se pasó entre las sogas con sus zapatos de charol, su maletín de mano, le tomó por la barbilla, lo miró a los ojos y le dijo a Julián que tirara la toalla......... Panolla volvió al helado, Nicasio a sus pacientes, Julián fue removido de su cargo en el INDER poco después cuando se supo que le había dado un beso sorpresivo y bucal a un amigo mío en un arranque de pasión mientras lo entrenaba en ajedrez.....que conste que no fue a mi... yo iba a empezar en esgrima pero lo botaron....

miércoles, 15 de marzo de 2017

Caraballo Baseball Classic

Autor: Lester López Carrió

El clásico mundial de béisbol me recordó mis tiempos de pelotero, por qué la mayoría de los cubanos sabemos algo de pelota…
Recuerdo que fue con 10 años más o menos que gané mi primer campeonato, jugué un solo juego y no fue mucho lo que hice, solamente me presenté a mi práctica de pelota al terreno de Caraballo, era German mi entrenador y para mi suerte era el juego que decidía el campeonato contra Jaruco, y faltaba uno en el equipo, así que me pusieron a mí, el más pequeño, todos los demás eran de 12 años, recuerdo que estaba Alcides y su hermano del barrio de la Plata. Ganamos, no recuerdo si bateé, lo que si recuerdo es que si venía un fly hacía mí, alguien más lo atrapaba. Después de eso si gané algunos campeonatos, no éramos tan malos, teníamos en el equipo a Yamil, que con 12 años la sacaba del estadio de Jaruco, teníamos a Pepino el hijo de Melo, Arisbel del Jobo, Billito, a Ivanqui y muchos más, teníamos buen trabuco.
Ni hablar de los juegos de verdad, de los clásicos que se jugaban casi siempre los domingos, de gratis, por una pequeña apuesta o por una caja de cerveza en el stadium de Caraballo, ahí si venía el equipo grande y los pedazos de gradas que habían se llenaban para ver jugar a al equipo del pueblo contra los pueblos vecinos o equipos del mismo pueblo, allí estaban Noelito, Carlos “Canceco”, Rafael, Luis Ebra, Papito, Kikin, Landi, Alberto el negro y Miguel su hermano, estaba también Melo y su hijo Yoel “Victor Mesa” y muchos más que no recuerdo; esos si eran clásicos, la gente se emocionaba, comía caña, los árbitros mal pagados o casi voluntarios abandonaban el juego cuando les protestaban, los aficionados entraban al terreno, los equipos se prestaban los guantes, bates y pelotas; y de vez en cuando habían sus pequeñas discusiones, que casi siempre no llegaban a más.
El terreno de Caraballo era según he leído y escuchado, uno de los mejores terrenos de la zona en sus primeros tiempos; para mi época ya estaba deteriorado (ahora ya no queda mucho de el) en el clásico del domingo había que tener mucho cuidado cuando la pelota salía de foul o de jonrón porque no había cercas y la pelota podía caer al cañaveral o dentro de un herbazal profundo en donde muchas veces no había forma de recupéralas, y como no habían más pelotas el juego se terminaba.

La moda metálica

Autor: Andrés González

Vestirse con elegancia, a la medida, con la confianza de poseer la única irrepetible y original pieza de ropa para la ocasión no era difícil para los caraballenses antes de imponerse el color verdeolivo.
Con pesos ganados por ellos mismos solo tenían que ir a una de las tiendas o quincallas, seleccionar el tejido, los botones el hilo y las cremalleras escoger y contactar, de las muchas, a tu costurera favorita que a su vez y según su estilo te podía tomar medidas o pedirte una pieza que te quedara bien de largo ancho y tiro. Sin dinero en esa época no había ropa, mi madre pinareña sin la más mínima afectación psicológica me cuenta entre carcajadas que de niña por los cuarentas en la escuelita primaria a que asistía la llamaban burlonamente "Peso Neto" por una saya de tirantes hecha de tela de saco de azúcar que decía literalmente en su parte frontal y con letras rojas Peso Neto 200 LIBRAS CENTRAL SAN CRISTÓBAL, lo que me confirma dos cosas 1) que la ropa con letras de haberla patentado hubiese sacado de la miseria a mi abuelo Antonino 2) que la aparición de las demandas legales buscando compensación monetaria acrecienta los dañoos psicológicos en la infancia.......
La época verde olivo barrio con los rollos de telas de los estantes e instauró el racionamiento, de las prendas de vestir, había dinero y pocas cosas que ponerse recuerdo haber vestido pantalones campanas hechos con tela de mantel, pulóveres asfixiantes de poliéster, mucha camisa de escuela al campo en fiestas de quinces Coqui (el negrito) marino mercante fue el único que se mantuvo elegante y colorido al vestir en aquel tiempo, esperábamos sus esporádicas apariciones en el pueblo y aparte de escuchar sus historias de estancias en puertos de ultramar nos dejaba tocar la textura sedosa de la tela de sus camisas.......

Juan el de Mente tenía el domingo libre, se le escapó al mostrador de cemento y al calor del techo de cabillas y planchas de fibrocemento de la nueva cervecera que nunca dio sombra ni evito la lluvia por su forma de alas de murciélago, jugo pelota en la tarde y se lució en el center field con el uniforme de la novena del pueblo y aunque se ponchó par de veces gano el juego cuando empatados al bate y con las bases llenas le dio la pelota en el medio de la espalda; regreso del terreno sonando los metales de sus zapatos "espais" por la acera del Vedado se fue directo a la casa de Leonardo Machado, Lili salió al portal le entregó una jaba de papel y ella le enseño SUS dedos pintarrajeados de mercurio cromo y unas cuantas agujas de cocer dobladas y partidas. Esa noche en el parque Juan el de Mente nos pasó frente al banco donde Coqui nos volvía a hacer gagueando el cuento de las rusas, y las pacas de heno, paso, horondo y sonriente, con camiseta blanca, con colmillo de plata, cadena gruesa, y Santa Bárbara de oro al cuello, llegó al banco de los peloteros trato infructuosamente de tocarse la espalda para indicar donde lo había golpeado la bola pero se lo impidieron dos cosas el dolor y la rigidez de la camisa DE TELA METÁLICA transparente verde clara y a prueba de mosquitos.

lunes, 20 de febrero de 2017

La invasión de las cangrejillas rojas

Autor: Andrés González
La historia de la invasión de las cangrejillas rojas la oí a mediados de los ochentas de los labios de Melitina, en la estratégica y mutua complicidad de la espera, ambos de pie, ella robusta y mofletuda detrás del mostrador me la relató metiendo y sacando con desdén el corcho a una botella de ron vacía, pellizcándolo con sus gruesos y trabajados dedos y, que, yo del otro lado, le había dado sacándola sigilosamente de una jaba casera hecha de saco de yute en una bodega de La Sierra del Arzobispo. Fue así que al explosivo, y sonoro acorde del puff puff del tape y destape del envase que yo necesitaba ella me mediase de aceite vegetal fue que, entre repisas vacías y esperando la ausencia de testigos me entere del suceso...... 
Fue antes del 1959, una gigantesca migración de cangrejillas rojas comenzó a subir desde las faldas de la meseta donde se encuentra el poblado, y durante tres días, el verde valle de Rio Blanco se coloreo de rojo. El manto de millones de crustáceos cubrió las paredes de las casas, garraspeo con sus huesudas patas en los techos de zinc impidiendo el dormir y el descanso de los sorprendidos lugareños, fue una batalla campal con escobas de palmiche espantando a los intrusos y trapos tapando los quicios de las puertas y los espacios abiertos en las soleras por donde se descolgaban como piratas de ocho patas inundando las casas, fueron tres días de difíciles caminatas a la letrinas e histéricas jóvenes sacudiendo sus sayas largas para deshacerse de las trepantes alimañas...
La móvil costra roja paso por fin y se desbarranco hacia la costa por las colinas al oeste de los Jardines de Hershey trepándose a las matas de anones silvestres y ya cerca del mar a la línea de uvas caletas de los arrecifes para desaparecer como un río de lava entre la espuma y el oleaje....
En Caraballo nunca que yo sepa se supo nada de la invasión de las cangrejillas rojas de la Sierra, cierto que eran otros tiempos pero no fue ni rumor ni noticia, ni presagio funesto, en si los cangrejos allí llegaban en la cama de un camión a veces de la Ciénaga de Zapata en mazos de a doce, maniatados con ariques y con las horas de vida contadas. Me enteré de la historia 30 años después en medio de la escases y las migraciones masivas de seres humanos hacia el Norte; quizá fue un presagio Melitina fue mi FUENTE y la creí.....

Tal como creyó el joven pecoso y rubio Cangrejo Galván a Amadito FUENTES cuando en los sesentas este último lo llevo a conocer la Habana por primera vez; Cangrejo se acercó a la orilla del muelle de Casablanca al bajarse del tren de Hershey y mirando boquiabierto un enorme buque soviético que salía pitando rumbo al Morro preguntó "Y ESO QUE ES??" y Fuentes dijo con desdén "la lanchita de Regla.".