Autor: Andrés González
Nunca lo vi, pero de él se hablaba en la zona, Pertenecía al grupo de las “celebridades” locales que a veces adquirían, sin proponérselo, por un evento simple en su existencia, perpetuidad en la memoria colectiva. El traspaso verbal de generación a generación del hecho anecdótico los mantiene aún presentes.
Rancho Grande fue una de estas personas, su perpetuidad en el tiempo NO se lo debe a sus medallas ganadas ni a los primeros lugares que conquistó en las competencias de tiro a nivel nacional por allá por la década del 50. Tampoco se le rememora por su atípica manera de dormir los medios días y después del almuerzo en el patio del Central Hersey donde fungía como peón de línea; roncando acostado a la sombra de un vagón de ferrocarril con el cuello rígido y sin apoyar la cabeza en el suelo........
No, fue su voraz apetito quien lo llevo a la fama. Parapetado diaria y estratégicamente cerca del latón de basura del comedor obrero del ingenio se encargaba de que sus camaradas pasaran primero por su mesa donde vaciaba y comía con voracidad las sobras de sus bandejas metálicas.
Cuentan que en una ocasión se encontró en un matorral un nidal de posturas de gallina, se sentó y comenzó a cascarlos y abriendo la boca, clara y yema resbalosamente y por gravedad de una en una fueron desapareciendo garganta abajo. De momento y al romper uno de los últimos huevos se percató que caía un pollito quejumbroso y aleteante que finalmente se acomodó en su esófago... ahí fue que surgió la frase que inmortalizo a Rancho Grande cuando dijo jocosamente y gagueando..................................
“PI...PI...PIASTE TARDE”
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