Autor: Lazaro Brito
Recuerdos de hace más de 50 años.
Rondando el año 1940, llega a Caraballo un joven médico, recién graduado que venía a sustituir al Dr.Carlos Manuel del Rey, fallecido recientemente. Dos años más tarde, ya casado, viene a ocupar dos casas, que estaban frente al Liceo y las que más tarde serian la farmacia, la consulta y la casa de vivienda de la familia.
Este joven médico y su esposa eran; el Dr.Juan Larios y Felicidad Anido, que pronto perderían sus nombres y poco a poco se fundieron con todos en el pueblo. Al pasar
de los años los conocerían como Larios y Cusa, la de Larios, así se referían de forma simple y que a ellos no les molestaba.
Aunque no nacieron en el pueblo, en dos décadas, se convirtieron en hijos ilustres del lugar; personas accesibles, que fueron ganando la estima y el cariño de la mayor
parte de los caraballenses como una familia mas.
A su casa acudían todos los que querían o necesitaban algo, pues las puertas siempre estaban abiertas, especialmente la puerta que daba a la sala de espera, de la consulta, que se cerraba muy tarde en la noche y se abría al amanecer.
Era prácticamente como un pasillo al que todos tenían acceso, si no, entraban por el costado de la farmacia hasta el patio, y no paraban hasta la cocina donde Julia, les servía comida a todo el que llegara, que no eran pocos.
Los más chicos nos íbamos a las bicicletas y sin pedir permiso, como si todos tuvieran derecho a usarlas, salíamos montados en ellas. Eso mismo ocurría con el jeep sin techo, que aunque Armando, era el que casi siempre lo guiaba, más de uno con licencia o sin ella lo manejaba. Fueron muchas las veces, que no se sabía dónde estaba el jeep.
También, en aquella época, en que no eran tan abundantes los televisores en las casas, se podía pasar por el comedor y en la terraza habían colocado un televisor y varios bancos de madera para sentarse a ver los programas de por la tarde.
Ya en la noche era frecuente que comenzaran a llegar los amigos, y se sentaran en el portal de la farmacia. Todos iban sacando los muebles y los ponían alrededor de un banco de cemento que parecían troncos de madera. Ahí conversaban de todos los temas y muchos de los que pasaban se detenían y se unían al grupo.
Larios era más serio de carácter y siempre estaba haciendo algo, si no era en la consulta, era yendo a la finca, pero Cusa asombrosamente conocía a casi todos los del pueblo y los que vivían en las fincas de los alrededores y hasta los nombres de sus hijos.
Aunque en un año electoral fue candidato a la alcaldía del Municipio de Aguacate, al cual pertenecía Caraballo, no logró ser elegido, porque Aguacate era un pueblo más grande y no quería perder al alcalde de su pueblo, que era Nené Bilbao; pero si alguien hubiera podido tener ese cargo por carácter y cercanía, eran Larios y Cusa, pues estuvieron siempre ayudando a la comunidad. La mayoría de sus pacientes eran pobres, que no tenían como pagar por la consulta; y las medicinas las podían obtener en la farmacia a crédito o simplemente las pagaban, si podían.
Sus hijos Pupy y Julito, a pesar de las ventajas económicas que tenían, se criaron entre los muchachos del pueblo, como todos y con el ejemplo de la casa. Si hacían algo criticable, era lo que hubiera hecho cualquiera, pero se veían mas que cuando lo hacia otro hijo de vecino En los primeros años de la década del 60, viendo los rumbos que tomaba el nuevo gobierno, comenzaron los cambios y la discordia entre familias y amigos. La revolución transformó la alegre y amable convivencia, en enemistades y envidias. Todo empeoraba y se trataba de salir de ese nuevo sistema; y ellos, como muchos, se incorporaron a la tarea de luchar contra aquellos, a los cuales, anteriormente habían ayudado a tomar el poder, pensando que era lo mejor para el país, que resultó en una gran traición, tanto para ellos, como para la nación.
Sabiendo a lo que se exponían, enviaron a sus dos hijos a Miami, hasta que un día después de ser alertados por un amigo de la familia, que iban a ser detenidos, si volvían a la casa, fueron obligados a refugiarse en una embajada, y como una gran ironía eran perseguidos por los nuevos revolucionarios, muchos de ellos, parte de las personas que frecuentaban su casa y que eran considerados como de la familia hasta hacia solo unos meses. La mayoría ya no está, pero espero que hayan tenido el tiempo suficiente para arrepentirse, por el mal que hicieron a los que les ayudaron y siempre le tendieron la mano.
Nadie es totalmente perfecto, pero la persona se evalúa, por lo bien o mal que ha hecho durante sus vida. Cuando la suma de bien es superior, se considera un buen ser humano.
Es posible que alguien pueda estar en desacuerdo con mi opinión, pero esa es la forma en que los tengo en mi recuerdo.
Ha pasado el tiempo, y todos los días los caraballenses pasaran frente a este lugar, sin saber de las personas que vivieron allí y como ha cambiado el pueblo hasta hoy, por eso es importante escribir sobre estas anécdotas, para que queden en el tiempo y no sean borradas, como tantas que han sido olvidadas.
De esta familia, solo quedan en Puerto Rico, Julito y Cusa con 94 años. Llegue hasta ellos nuestro reconocimiento y afecto, no tan solo míos, sino de una generación que les recuerda y les devuelve el mismo cariño, que han tenido para nosotros.
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