Autor: Andrés González
Si algo nos ponía en Caraballo la carne de gallina y nos hacia tragar
en seco y sentir un escalofrió descender de la garganta a la
rabadilla era abrir la puerta y encontrarte a Placido el Manco. En
realidad no era él lo tenebroso, sino su encomienda, con pericia
manual frente a tu cara con solo seis dedos en sus manos (cuatro,
menos el pulgar de una de ellas, los había perdido en un accidente de
ferrocarril) como mago moreno salido de una lampara humeante, podía
cambiar tu vida con el telegrama que diligentemente y diría yo con
cierto regocijo te entregaba, haciendo el malabar de quitarse el mocho
de tabaco de la boca para hablarte, sacarse y darte la tablilla con la
lista de los próximos reclutas de debajo de un sobaco, sacar un
lapicero del bolsillo de su camisa, para que quedase con tu temblorosa
firma, constancia y conocimiento de que el Comité Militar ya sabia
que habías arribado a tus dulces masculinos diez y seis abriles. En
peligro inminente tu melenita y tus pantalones de corte tubo, tus
fiestas de quince y tus estudios secundarios.
Placido implacable te visitaría una vez y otra vez siempre con su mismo enroque manual a seis
dedos de telegramas, citaciones, lista de nombres, lapicero tabaco y
humo, algunas veces para bien temprano de madrugada salir desde San José
de las Lajas en camiones para el Hospital Militar y allí en fila india
desnudos y con tus ropas y zapatos en una bolsa de mano, pasar frente a
sonrientes enfermeras militares que te pesaban y median, de
especialista a especialista, oftalmologos, cirujanos, ortopédicos,
siquiatras, etc., etc. y el temido urologo, después ya se sabe esa noche a
contar en un banco del parque a tus curiosos y aterrados amigos como
fue tu primera experiencia con un grazozo, y puntiagudo indice
enguantado. Dejemos a este galeno dedo y concentrémonos en los seis de
Placido ....., si que él cambiaba tu vida ...., prácticamente, en unas
semanas cuando volviendo a tu puerta te daba tu ultimo telegrama y después de unos tres meses perdido del pueblo, en una siempre lejana
unidad militar, reaparecías por lo general mas flaco, flagrantemente
vestido con tu gorra y uniforme verde olivo chillon nuevecito y siempre
extragrande para tu talla, con unas pesadas negras y chirriantes botas
rusas, tu coco pelao, tu salario de siete pesos al mes y tu pase de
48 horas.... Como volcán dormido Placido hacia erupción citatoria de
vez en vez, de cuando en cuando cónsul guerrero combativo y temido
mensajero en Caraballo del comité militar de San José de Las Lajas.
En
los intervalos de paz citatoria y como espada de Damocles, se le veía
en las Cuatro Esquinas en su trabajo habitual, parando el tráfico al
paso de los trenes, siempre con presteza y usando su dedo pulgar
como pinza y tenaza (esa mano la usaba para estrechar tu diestra
cuando te saludaba, una sensación táctil inolvidable). Allí también
intercambiaba del sobaco a las manos la banderola roja, el tabaco y los
ejemplares de Granma, los cuales coincidentemente era el encargado de
vender en el pueblo........ en resumidas cuentas, tanto en la guerra
como en la paz, siempre y PLACIDAMENTE .... repartiendo y sacándose
malas noticias de debajo de la manga.
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