miércoles, 20 de marzo de 2024

Quien? Rinti y Sisobra

 Autor: Andrés González 

Este va de perros, dos que serán el entremés y el último, el plato fuerte y quizá un postre, aclaro que hablo en sentido figurado pues la historia es de Caraballo, no de donde decían que se los comían, (Corea, La China o San Antonio de Rio Blanco).

Cuando mi madre me trajo al pueblo ya en casa de Eloísa y Hortensia estaba Sandy, peludo noble y capado, su nombre se lo sacaron de las historietas de los periódicos del mismo nombre, murió viejito, gordo y sin nunca haberse cortado las uñas.

Luego vino “Quien”, fue mi perro de la edad de la peseta, el truculento nombre era divertido pues cuando te preguntaban “Cómo se llama?”, respondías “Quien” y los que preguntaban se desgastaban en la confusión y repitiendo la pregunta para al final entender que se llamaba ….  Bueno, hasta ahí el entremés. Ahora el plato fuerte:

Es viernes y Ricardito Machado saca a su perro Rinti a la acera de lo que los de allí llamamos El Vedado, le coloca en la boca una jabita de tela donde previamente envolvió su libreta de abastecimiento, si esa misma, la que Nania nos renovaba todos los años, y con par de palmaditas en el lomo del pastor alemán lo ve salir rumbo al parque, lo contempla de pie ajustándose el cinturón y el puñal que le cuelga de él en su vaina de cuero después se acomoda su sombrero alón y las gafas calobares. En su previamente entrenado trayecto, no solo su dueño lo observa, también lo ven, asombrados Lauzardo que levanta la mirada de sus televisores en reparación, Arturo que se quita su gorra de guagüero y se rasca la cabeza incrédulo, lo ve pasar Sureya sentada en su portal, Tito la Nuez antes de meterse en su carro de alquiler, Mamoncillo macaneando bajo su camión, Nena Sosa suspirando por Gilberto, los comensales de la Fonda de Sixto López, Julián el Sastre de traje y corbata rumbo al culto casi se asusta, los hijos de Andango paran de inflar las cámaras ponchadas y de dar martillazos en los rines metálicos y Marieta gira su húmeda cabeza para mirarlo mientras con palillos de tender cuelga sus revistas en la ventana.


Al llegar a Servicentro de Neno Ibarra cruza la calle Real y de un salto sube al portal de la barbería de Eladio Peña que para de enjabonarle la cara a su cliente para mirar cómo va y se detiene en la puerta de al lado donde René el Carnicero afila el enorme cuchillo sin despegarse el tabaco de la boca. Rinti noble se deja quitar la Jaba, que foto se perdió ahí Collado!, René rebana con arte tres cortes de carne roja, las envuelve en papel encerado, pone el paquete dentro de la Jaba y hace una x en la casilla de la libreta, todo lo coloca dentro de la boca del can que retorna esta vez rumbo a Aguacate, en la acera con las lomas de Ponce de fondo, lo espera orgulloso su dueño y entrenador. Me cuenta Rey Rojas que una vez otro perro trato de asaltarlo en el retorno, Rinti dejo el paquete, se fajo, lo hizo huir y luego recogió la carne del piso y siguió su camino……  ahora el postre….

Mi última mascota era una perrita, nos conquistó el corazón cuando cachorra y temblorosa nos siguió después de quererla abandonar en el difunto Central Hersey, por ser hembra, ya yo vivía en La Sierra del Arzobispo (me avergüenzo de esta otra historieta) Ya era médico y aunque nunca comí perros, cuando me escapé de Cuba, sin despedirme y a escondidas, en pleno Período Especial aún…. “Sisobra” mi perra, vivía.


Reverencias a mi Madre

 Autor: Andrés González 

En este mes de marzo, el 25, Eloísa Sánchez mi madre de crianza cumpliría 135 años. De niño me aterraba la idea de que un día muriera, en verdad ese es un temor infantil que opino todo menor tiene de perder seguridad y amor, a alguien muy querido, un padre, una madre, un abuelo/a, en mi caso particular todo lo anterior en una persona. 

De su mano visité a sus amistades del pueblo, a veces en visitas de prima noche para dar pésames llorosos; también a sus pocos clientes en las tardes de los viernes para llevar piezas de ropa lavada, doblada y envueltas en toallas blancas, azulosas de añil. Le llevaba varios días procesar el inicial bulto de ropa sucia, traído los lunes, encender entre las tres piedras del patio las tusas de maíz secas con luz brillante, rajar la poca leña con un hacha mellada, envuelta en humo blanco, derretir el jabón amarillo en el agua caliente de la ahumada lata metálica, empujar y machucar las piezas sacarlas humeantes de vapor en la punta de un palo de escoba, meterlas en la cuadrada batea de madera mediada de agua de lluvia, a nudillo restregar y a dos brazos exprimirlo todo, tender, subir las varas y vigilar las nubes, al otro día almidonar, rociar y al final en las madrugadas planchar de pie, yo la sentía acostado en la cama en las madrugadas, sin valorar sus sacrificios como lo hago hoy.

El portal de la casa donde crecí en Caraballo tenía creo la solera más baja del pueblo, para entrar ya con mi altura de vara de tumbar gatos, debía de inclinarme para no golpearme la cabeza, era una especie de reverencia obligada, hacía nadie, hoy pienso que no lo hice suficientes veces para ella, las reverencias, para agradecerle.