miércoles, 17 de enero de 2018

La Heladera

Autor: Andrés González

Julio, el mes, vendrá pronto y perderemos esta heladera… esa es mi esperanza, y me podré sentar de nuevo, afuera, un rato, escaso de ropas y no tener que lidiar más con tantos tapumes y medias gordas hasta las rodillas......

Julio, "el del bar" se sienta siempre en el mismo banco del parque antes de que suba mucho el sol y se corra la sombra que a sus espaldas baja desde el tejado de la casa de Pipi Rojas. Llega a paso lento con su leva de botones y anchas solapas; sus espejuelos oscuros de cristales calovares y antes de sentarse, se pone la revista Bohemia que trae en una mano, debajo de una axila, saca un pañuelo blanco del bolsillo posterior del pantalón de gabardina y lo despliega, encorvándose, pinzándolo con sus dedos por dos de sus esquinas hasta que lo coloca cuidadosamente estirado sobre los listones de madera azules y blancos. Antes de tomar asiento, mira por encima de los espejuelos en todas las direcciones y con un giro corporal se sienta, no sin antes halar hacia arriba ambas patas de sus pantalones, busca y saca del bolsillo de su camisa una caja de cigarrillos "Ligeros"; se la lleva a la altura de la boca y con los labios pellizca un cigarro que enciende de un perfecto clik con una niquelada fosforera de gasolina, que se ha extraído del bolsillo del saco; levanta la pierna derecha y la pone sobre la rodilla izquierda dejando ver uno de sus zapatos mocasines negros, que mueve haciendo círculos lentos con la puntera apuntando al cielo. Se trepa una media oscura que de tener mejor elástico le hubiese cubierto completa su blanca pantorrilla, aspira una profunda bocanada de humo azul que luego exhala largamente por sus orificios nasales: abre con desgano la revista y la vuelve a cerrar, se saca el cigarro de la boca y lo detiene humeante con los brazos en cruz detrás del espaldar y lo golpea ligeramente para tumbarle la ceniza con tres toques, del dedo anular izquierdo extendido; el mismo en que lleva una enorme sortija dorada coronada de un rojo topacio.

Le responde los buenos días a Gladys Rojas que, atraviesa el parque a paso rápido con un rosario en las manos rumbo a la puerta de la iglesia que acaba de dar un repique de campanas, luego, sigue con la vista a Xiomarita Rojas la de Petra que con zapatos cortebajos negros y medias blancas dobladas al tobillo se va a el Central en el tranvía de Hershey; sosteniendo los cuadernos de escuela contra su tachonada saya de secundaria gris y tres cintas paralelas (no lo culpo, todos mirábamos) hasta que desaparecía su pelado, corto tras los troncos de las palmas y las columnas del bar de Aparicio.

Julio tira de la cadena plateada de su reloj de bolsillo, lo abre y mira la hora, se pone de pie, le da una última chupada al cabo de cigarro que catapulta y proyecta elípticamente usando el dedo medio de su mano derecha y que sigue humeando cuando aterriza en el césped verde en la cima del cantero; mira de reojo al fulgurante sol que ya ha rebasado la horizontal línea del caballete, y suspira (infiero hoy yo, sin esperanzas) y regresa a la cuartería donde vive convencido que nunca tendrá de vuelta su Heladera…..

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