martes, 12 de noviembre de 2024

No juzguen sin conocer la historia

 Autor: Andrés González 

Este es un chiste de antaño, de los que escuchábamos en los bancos del parque y que hoy se me ocurrió adaptar al entorno Caraballense. Pese a ser un poco vulgar por el léxico que hay que usar para contarlo, siempre me hace reír. Acá se los hacía representar a mis dos nietos mayores, en sus voces infantiles nos explotaban las risas cuando Gabriela y Daniel con acento gringo, casi sin saber el significado, repetían los parlamentos del ficticio diálogo …. Allá va eso….

Llovió duro y toda la noche en Caraballo, también sopló el viento virando los cubos con arecas verdes de los portales; hubo estruendos de rayos chispeando en la cruz del campanario de la iglesia y la plateada luz de los relámpagos se coló por las soleras y las rendijas de las paredes de tabla; rompiendo la penumbra de los dormitorios. En la mañana con la última llovizna aún chorreaban los sonoros techos de zinc, los inclinados tejados rojos y las empapadas cobijas de guano. De las canales borboteantes y de las rebosadas tinajas de barro, del llover toda la noche se hincharon de agua terrosa la cañada y las zanjas, los fondos de casa se unieron en sabana acuosa que enmascaró los límites de los patios.

De un búcaro en la Calle de La Balla el aire arrancó una orquídea algo ya mustia pero aún bella y la corriente comenzó a arrastrarla pueblo abajo, ya en el caudal aún esbelta podían verse sus pétalos aparecer en el torbellino; así pasó por encima de la línea del tren de Hershey, frente a la casa de Carmenate y llegó a la curva de los Piñeros. Un mojón que tenía dos días de ingresar por caída vertical a un excusado cercano a la Arboleda de Piloto resignado de permanecer en el hueco y disolverse en su oscuro destino vio los cielos abiertos con la inundación y en cuanto pudo se escabulló y rodó de patio en patio empujado por el agua hasta la zanja más cercana, ya flotante y orondo lo vieron veloz pasar debajo de los enclenques puentes de madera, moreno y brilloso, después de pasar un tiempo en los remolinos del frente de la casa inundada de María Antonia y Fermín (los padres de nuestro primer balsero , Zamalcan) lentamente se incorporó a la corriente que abocaba hacia el puente de la carretera a Aguacate; allí se encontró a la orquídea, ella flotando a la par y con desdén le dijo “échate para allá mojón apestoso, no ves que yo estuve hace dos noches en el pecho de una novia” y el replicó con gallardía “eh! a mí que me importa, yo fui el pastel de la boda”!…

Cuentan que Justo Rolo sobrio junto a Alicia Ancheta, recostados a la baranda de su portal los siguieron con la vista hasta que se perdieron en el yerbazal de oro azul de la finca de Benerando.