Autor: Andrés González
Este es un chiste de antaño, de los que escuchábamos en los bancos del parque y que hoy se me ocurrió adaptar al entorno Caraballense. Pese a ser un poco vulgar por el léxico que hay que usar para contarlo, siempre me hace reír. Acá se los hacía representar a mis dos nietos mayores, en sus voces infantiles nos explotaban las risas cuando Gabriela y Daniel con acento gringo, casi sin saber el significado, repetían los parlamentos del ficticio diálogo …. Allá va eso….
Llovió duro y toda la noche en Caraballo, también sopló el viento virando los cubos con arecas verdes de los portales; hubo estruendos de rayos chispeando en la cruz del campanario de la iglesia y la plateada luz de los relámpagos se coló por las soleras y las rendijas de las paredes de tabla; rompiendo la penumbra de los dormitorios. En la mañana con la última llovizna aún chorreaban los sonoros techos de zinc, los inclinados tejados rojos y las empapadas cobijas de guano. De las canales borboteantes y de las rebosadas tinajas de barro, del llover toda la noche se hincharon de agua terrosa la cañada y las zanjas, los fondos de casa se unieron en sabana acuosa que enmascaró los límites de los patios.
Cuentan que Justo Rolo sobrio junto a Alicia Ancheta, recostados a la baranda de su portal los siguieron con la vista hasta que se perdieron en el yerbazal de oro azul de la finca de Benerando.