Autor: Andrés González
Las carcajadas en el parque de Dago el hijo de Teodora no
eran nada mesuradas, estruendosas hacían espantar las bandadas de gorriones de
los aleros de los portales y posiblemente despertaban a la lechuza del
campanario. A mí, subido en la placa de la turbina de la iglesia, me hacían
levantar la vista del libraco de anatomía humana y aceptar que me había perdido
el chiste.
Mingo Abreu era otro desmesurado (me lo contó un pariente)
cuando para recalcarle a Ana su mujer que no podía mover el carro porque estaba
ponchado saco el revólver y le pegó un tiro a cada una de las cuatro gomas. Desmesurada
Chana, natural y virgen de quirófanos y silicona. Exagerado Juan cuando le
preguntó la costurera que con cuántos bolsillos quería la camisa y desenfadado
contestó que con siete.
Historias de exageración venían también de pueblos
cercanos, cuentan que Rancho Grande el de la famosa frase de “Pi pi piaste
tarde“ llegó a la bodega del central a comprar la caja de refrescos que le
pertenecía por la cuota y cuando le preguntaron por los envases vacíos, requisito
para la venta de los llenos dijo que no los necesitaba y frente al mostrador se
bebió las 24 botellas de refresco prieto.
Un último ejemplo esta vez de mesura y equilibrio vino de Sara la Mora, Gladys su hija tenía una escuela privada por las 4 esquinas, salió un día a hacer una diligencia y dejó a Sara a cargo del aula, ¿un pupilo le preguntó a Sara “Con que Ve se escribe vaca, larga o corta?” ella sabiamente y con acento libanes le respondió “Rular mijo, rular, ni mu larga, ni mu corta …” Ese curso salió de Caraballenses mesurados.