Autor: Andrés González
Cuando por amargo destino desaparecieron los dulces en lata de los estantes de las bodegas de Caraballo, y de las vidrieras de los bares se esfumaron por arte del verde olivo mago, entre otras cosas: las confituras, los coquitos acaramelados, las puntillitas de chocolate, las panetelas borrachas, las empolvadas señoritas, los kekes, las plateadas africanas y el pan con timba pasó a ser un nostálgico recuerdo de la merienda escolar; siempre hubo alguien, varios, que salieron al rescate del postre y todo lo demás que nos hace salivar.
Sigilosamente, en el anonimato, con temor de ser capturados en el acto, aquí están algunos que salvaron para los Caraballenses dos rituales en peligro…. El postre y la merienda. Virginia Travieso, Reina del casco y la mermelada de guayaba, a domicilio, en si hacia cualquier dulce de estación, por encargo, sello original de calidad, en otro tiempo hubiera quebrado a Goya, con sonrisa educada y jovial, java en mano, te hacía su dulce visita. La producción solo fue afectada una vez cuando fue de visita familiar al Norte, a su regreso del viaje a Miami se le veía amanecer maquillada en tacones y se rehusaba a salir al patio de tierra de su casa y caminar por el pueblo exigiendo transportarse en auto, superado el trauma, volvieron para sosiego de su clientela sus postres.
Los turrones de maní de Mundillo eran un orgasmo bucal, chorreando aceite los transportaba en el manubrio de su bicicleta en una disimulada cajuela de madera, entraba sigilosamente y orgulloso te mostraba su producto brillante como barra de oro. Para pasta de bocaditos y ensaladas frías Guilla la de Teyo Rojas, aquí cambiaba el método, le llevabas los ingredientes y te premiaba con su conversación y alegría en el columpio de su portal, “con Guilla la de Teyo tu cumpleaños te sale bello”. Un intento malogrado de la familia Abreu fue una fábrica de boniatillos, se instaló en el patio glorieta posterior al bar (ya intervenido) fue una dulce idea del viejo Abreu padre, solo duró tres días, llegó el mago y mandó a parar.
En la memoria olfativa pasada se huelen los kakes que hacían en común Yoya Rojas y Cusa la de Lario, los obsequiaban a amistades para bodas y bautizos y eran bellos y exquisitos. Eulogio Brito sobrepasó las fronteras de Caraballo en su estoica misión de unir el queso blanco de mano con la guayaba en barra, lo logró ocultamente en un empeño familiar, juntando el queso blanco redondo y chirriante de una finca de la carreta del Pino embolsado por Aurorita en sobres plásticos reciclados de leche Matilda, con Guayaba en barras de la Ciudad de Matanzas, carga oculta camuflada en maletines que logró introducir periódicamente en la capital para desconcierto de las autoridades. Astuto, vivo para el negocio, Eulogio tenía el arte de conseguir lo inconseguible, no veía ni televisión, una vez cuentan que pasó frente al aparato encendido en la sala de su casa para sentarse en el portal para conversar con todo el que pasara, ¡Elena Burque cantaba en la pantalla “de lo que te has perdido…” Eulogio la miró y exclamó sorprendido “Eh! a esa yo también le vendo queso con guayaba!”