martes, 8 de junio de 2021

Lo que cuenta una Esquina del parque

Autor: Andrés González

Es la esquina que más ha cambiado desde que la conozco (la del frente al bar de Aparicio) y es que los años en su transcurrir ponen y quitan y tenemos que agarrarnos de la memoria, la mejor “máquina del tiempo” para volver al lugar que ya no es….

El olor a pan caliente salido del horno de madera de la panadería de los Abreu llegaba a esa esquina, mezclado con el sonido metálico de tártaras apilándose vacías, el ronronear de los rodillos de amasar y las voces de los panaderos. Con viento sur y suerte podía también llegarte el inconfundible olor a la cristalina goma de pegar zapatos y hasta el olor del humo del cigarro de Manolo el zapatero.

Entendible que no fue todo al mismo tiempo, esa es la magia, pero en el lugar puedes quitar lo que esté ahora y volver  por ejemplo, a instalar “La Cervecera” con su techo de fibra en forma de alas de murciélago, con hileras de banquetas de cemento que nunca giraron, un mostrador rectangular también de cemento gris y pulido y adentro junto a las neveras vacías, el dependiente, Juan el de Mente; palillo de dientes, colmillo plateado, jardinero central y frente a él, al otro lado del mostrador Aceituna, “el manicher” del equipo de pelota del pueblo; y sobre el mostrador un vaso con una línea de ron sin hielo al medio día.

Fue la esquina de Billo el rey del brillo; de Mundo el cojo y de Keko, olor a betún tinta, balleta y rivalidad, donde los aromas del puesto de fritas de José el de María Antonia pusieron en ridículo la sazón de muchas cocinas Caraballenses...

Antes de la Cervezera fue la esquina donde vivió en una edificación colonial Lola la mulata y Cuito su esposo electricista, una puerta más allá, solitaria y rodeada de gatos vivía Graciela, para ese tiempo aún se escuchaban boleros en las vitrolas de los bares (con banquetas que si giraban). A Cuito lo recuerdo subido en una silla cambiando el soque del bombillo pecoso de cagadillas de moscas que colgaba en nuestra sala, lo limpió un poco con su propio pañuelo, lo enroscó y no cobró nada. Cuito era negro, educado, del color de Yiya la mujer de Aniseto o de Ñongo el padre de Chana e Ivo la primera base; y tenía por aquel tiempo mucho miedo, en la esquina se oían desde el parque a los milicianos marchando en las noches “1234 !1234!” habían detenciones de vecinos en las madrugadas, Keko había estado perdido unos días del pueblo y contaba al regreso aterrorizado como en el Castillo de San Severino en Matanzas lo habían puesto ante un falso pelotón de fusilamiento; “no mata a Keko, Keko no sabe naa...” 

Ahora venden ahí refrescos y otras cosas, sin banquetas giratorias, el bar fue convertido en barbería con tres sillones y un racimo de barberos desbarberizados por decreto por si no lo recuerdan y perfumó los alrededores con talco, colonias y olores a cremas de afeitar, debutó allí su primera barbero mujer, pero antes siendo bar aún, Cuito se asomó por el postigo, miró al otro lado de la calle a los que hacían las detenciones en las madrugadas conversando, y tembloroso se fue al cuarto. Lola contó después que el perro de Graciela ladró mucho, que cerró el postigo y caminó a la cocina, lo vio arrodillado a los pies de la cama, le preguntó “eh  tu estas rezando?“ cuando regresó lo vio en la misma posición flácido y sin vida, había usado un cable eléctrico para ahorcarse atándolo al  herraje de la piecera de la cama....