Esta anécdota tiene más de un siglo; es sencilla, quizá intrascendente, me la contaba mi madrina Eloisa cuando rememoraba a su madre "Nini"; llegada al Caraballo en los tiempos de la Reconcentración de Wayler, proveniente del Hato de Río Blanco. Viuda y tirando a ambas manos de una hilera de 4 hijos famélicos y llorosos de hambre, caminando detrás de su casa de guano fijada en un marco cuadrado de horcones redondos y chirriantes paredes de tabla que se bamboleaba llena de muebles y trastos encima de una carreta de bueyes en una caravana polvorienta y al sol, escoltada por una columna de caballería de soldados ibéricos.
Hicieron noche en el poblado San Antonio de Rio Blanco, noche que se hizo semana, suficiente tiempo para que el hacinamiento y el Tifus le mataran a los dos varoncitos más débiles, que dejo apilados antes de seguir camino, con otros cadáveres más de los que perecían a diario y eran enterrados en fosas comunes sin nombre..........
Crispina Sánchez (Nini), y sus dos hijas sobrevivientes plantaron campamento en uno de los lotes de tierra negra y fértil que irían conformando el cuadriculado Caraballo. A machete fue desmontando la manigua coronada de bejucos de peonias de los alrededores de su casa y sembrando naranjos y orquídeas en su nuevo patio. Vio llegar a más vecinos y como, se fue llenando todo de pozos de brocal con agua a los seis pies de fondo y trillos entre las casas de piso de tierra y ceniza gris apisonada y puentecitos de madera para cruzar las zanjas de drenaje hacia la calle de adivinen, de tierra también…
Así envejeció Crispina, con la carta de libertad que le había pagado su esposo antes de morir en el bolsillo de su saya, pues había nacido esclava; poseía la fama de despertar y tirarse de la cama antes que las gallinas.
AHORA.. La anécdota. .... Lobato un vecino se acercó a Crispina al oscurecer, ella aun barría encorvada y ágil su patio con un ramo de palmiche seco. Recién entrado en la Guardia Rural Lobato debía estar en su primer día de servicio en la guarnición del Condado de Jaruco, bien temprano pues su plaza era en las caballerizas. "Nini", le dijo, "yo necesito que usted me levante lo más temprano que pueda". Lobato se inclinó y tomo una piedra del suelo, “Usted para despertarme me tira este seboruco y que dé en el entablado de la pared que da a mi cama ¡¡¡¡no se le olvide!!!!”
Ella tomo lo piedra sin decir nada y él enrumbo a su casa por el trillo más corto, ya oscuro, y se perdió entre unos matorrales, las luces de los cocuyos y el concierto de los grillos y las ranas...
Antes de acostarse el raso Lobato miro su uniforme sus botas relucientes su sable y su sombrero de ala, se sentó en la cama, sopló la llama del quinque y cuando puso la cabeza en la almohada aun sin cerrar los ojos sintió la pedrada en el entablado. Los horcones y las tablas siguen ahí, con esto trato que "ella" también quede.